martes, 11 de abril de 2017

Todos somos malvados


Antes de El pintor de batallas

Sólo hace falta darse una vuelta por twitter para ver que Pérez-Reverte no deja indiferente a nadie. O maestro de las letras o creador de bestsellers. O valiente o machirulo. O defensor de Occidente o racista. Hoy toca enfrentarse a El pintor de batallas, la primera adaptación al teatro que permite y de su novela más autobiográfica para más inri.

Después de El pintor de batallas

Todos tenemos nuestros fantasmas, esos pensamientos recurrentes que vuelven desde el pasado para decirnos que nos equivocamos, que fuimos unos crétinos o que, simple y llanamente, somos bastante más hijos de puta de lo que nos gustaría reconocer. Y hoy nos encontramos con la historia de un fantasma, ese Faulques recluido en una torre, al que se le aparece uno de estos fantasmas del pasado con el aspecto de un exsoldado croata llamado Markovic. Esta confrontación nos pasea por las miserias humanas, se van desgranando momentos del pasado en los que ambos personajes pudieron convertirse en el heroe de la narración pero el miedo, el egoismo o el simple anhelo de supervivencia los hicieron mantenerse como meros espectadores de la realidad que les ha tocado vivir.

Es dificil no preguntarse cuantos fantasmas han visitado a Pérez-Reverte para necesitar transmutarse en Faulques sin ningún disimulo. Cuantas noches habrá llegado un visitante inesperado a robarle su paz, o su guerra. Esas guerras que vivió y fue almacenando en el rincón más oscuro de su mente a la vez que se iba convertiendo en un novelista casi tan respetado como leído.

No está de más que vean la obra despistados que no sepan el motivo por el cual la madre de Bambi tuvo que morir, no conozcan el significado de eso que en los telediarios llaman los mercados o se sorprendan de que los pies de Trump descansan sobre la mesa del despacho oval.

No lo olvide, querido lector, todos somos malvados.

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